El cielo es real: la experiencia de vida después de la vida de un médico

Un neurocirujano, al encontrarse en coma, experimentó situaciones que nunca pensó que viviría en relación a la vida después de la vida.

Como neurocirujano yo no creía en el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte, habiendo crecido en un ambiente científico e hijo de un neurocirujano, siendo su hijo seguí su camino y me convertí en un académico en Neurocirugía. Fui docente en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, así como en otras universidades. Comprendo lo que le sucede al cerebro en la etapa cercana a la muerte, y siempre pensé que existían buenas explicaciones científicas para las experiencias celestiales de aquellos que experimentaban con eventos cercanos a la muerte.

El cerebro es un mecanismo sorprendentemente delicado, a la vez que, extremadamente sensible, que reacciona a la menor disminución de oxígeno. No resultaba sorprendente que las personas que hubieran sufrido traumatismos graves volvieran con las más increíbles historias, pero eso no acreditaba que hubieran viajado a ningún lugar real.

Pese a que me considero cristiano, la verdad, que era más de nombre que por creencia verdadera No envidiaba a quienes preconizaban que Cristo era sólo un joven que había muerto en las manos del mundo. Sentía simpatía por quienes querían creer que había un Dios en algún lugar que los amaba incondicionalmente. La verdad me daba envidia la seguridad que mostraban esas personas, pese a que no tenían pruebas. Pero como científico consideraba que yo tenía una mejor comprensión de las cosas como para creerlo.

Sin embargo, en el otoño del año 2008, después de un coma de siete días de duración, con inactivación del neocortex, experimenté algo tan profundo que sentó la base científica para creer en la conciencia después de la muerte.

Entiendo que un pronunciamiento de esta naturaleza, puede resultar muy poco creíble, produciendo un escepticismo que me lleva a relatar el hecho con el lenguaje y la lógica de un científico, que al fin soy.

Hace cuatro años atrás desperté con un profundo dolor de cabeza, al paso de unas pocas horas todo mi neocortex –la porción cerebral encargada del pensamiento, las emociones y lo que, en esencia, nos hace seres humanos, se había bloqueado. Los médicos del Hospital Lynchburg de Virginia, establecimiento donde trabajaba como neurocirujano determinaron que había contraído un tipo de meningitis que es más común encontrar recién nacidos. Una cepa de E.Choli se había metido en mi líquido cefalorraquideo y estaban devorando mi cerebro.

Esa mañana cuando al ser ingresado al Servicio de Emergencia mis posibilidades de sobreviviencia, no más que en estado vegetativo, eran muy precarias, al punto que llegaron a creer que no tenía ninguna esperanza de sobrevivencia. Estuve en coma profundo durante siete días, mi cuerpo no respondía en absoluto, con mis funciones cerebrales superiores completamente inoperantes

Y al séptimo día, cuando los médicos estaban considerando si seguir o no mi tratamiento, abrí los ojos de repente.

No existe la menor fundamentación científica de que, en el período en que mi cuerpo estaba en coma, mi interior, mi conciencia, estuviera sana y en buen estado. Al mismo tiempo que mis neuronas estaban completamente detenidas, completamente inactivas como consecuencia de la acción de las bacterias que las habían atacado, mi cerebro libre había viajado a otra dimensión, una dimensión mayor del universo, una que nunca soñé que existiera; dimensión que el antiguo yo antes del “coma”hubiese estado feliz de explicarlo como algo completamente imposible.

Pero esa dimensión en una descripción muy a la rápida, la misma descrita por tantos que han vivenciado las experiencias cercana a la muertes, a la vez que, la de los místicos: estaba ahí.

Existe y lo que aprendí y observé, me trasladó a un mundo completamente nuevo, un mundo donde somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, donde la muerte no es el fin de nuestro estado de conciencia, sino que un capítulo en una jornada inmensa, vasta e incalculablemente positiva.

No soy el primero en haber descubierto evidencias de que la conciencia existe, y mucho más allá del cuerpo. Breves, pero maravillosos vistazos de este ámbito son tan antiguos como la historia del mundo. Pero hasta donde sé, nadie antes que mi, ha viajado a a esta dimensión con su corteza cerebral completamente inerte, estando en permanente supervisión médica, minuto a minuto, como fue en mi caso, durante siete días de coma.

Todos los principales argumentos en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que son el resultado de un mínimo, pero transitorio, e incluso un mal funcionamiento parcial de la corteza cerebral. Sin embargo, la experiencia que yo viví cercana a la muerte, no sólo sucedió cuando mi corteza no funcionaba bien sino aún más, cuando estaba completamente desconectada. Es evidente la gravedad y duración de mi meningitis, y el compromiso cortical global documentados por los Exámenes de Scanner que me practicaron, así como los exámenes neurológicos. De acuerdo con la comprensión médica actual relacionadas con la comprensión del funcionamiento cerebral y mental, no existía ni la más mínima posibilidad de que hubiera experimentado ni la más leve conciencia durante mi período en coma, y mucho menos haber tenido vivencias extremas, ni siquiera haber experimentado coherentemente la odisea que experimenté.
Me demoré meses en llegar a entender lo que me había pasado. No sólo la imposibilidad médica que hubiese estado consciente durante el coma, pero aún más importantes, las cosas que sucedieron en ese tiempo. Casi al comienzo de mi aventura me encontré en un lugar de nubes, grandes, esponjosas, blancas, como ese tipo que uno ve claramente sobre el fondo azul del cielo negro azuloso.

Mucho más arriba de las nubes, muchísimo más arriba, había grupos de seres transparentes, que dejaban estelas, largas, como líneas a medida que avanzaban. ¿Aves? ¿Angeles?. Estas palabras las registré posteriormente, cuando estaba dejando todo por escrito.

Pero ninguno de estos fonemas hacían justicia a los seres mismo, que eran, simple y llanamente, completamente diferentes a todo lo que haya visto y conocido en el planeta. Eran formas mucho más avanzadas.

Desde las alturas llegaba un sonido que llenaba todo con su grandeza, vibrante, como un cántico glorioso, y me pregunté si es que acaso los seres alados lo producían. Cuando reflexioné sobre ello posteriormente, me vino a la mente la idea de que el gozo de dichos seres era tal que los inducía a producir este sonido, y que si no lo dejaban fluir de este modo, no podrían contenerlo de ningún otro modo. El sonido era palpable y casi material, como la lluvia que uno siente en la piel, pero sin mojarse.

Ver y escuchar no se separaban en este lugar donde estaba, podía escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de los seres centelleantes que estaban sobre mí, los podía ver en su gozosa perfección, cuando cantaban. Era como que no podías observarlos o escucharlos sin compararlos a nada de este mundo, y al verlos u oírlos te convertías en parte de ellos, sin unirte a ellos, pero todo de una manera misteriosa. Desde mi perspectiva actual, yo sugeriría que no podías ver nada de ese mundo, porque la palabra “en” implica una separación que allá no existe. Todo era distinto, aún así todo era parte del todo, como los diseños de una alfombra persa, o las alas de las mariposas.

Incluso se pone aún más raro. En la mayor parte de la jornada, alguien más estuvo conmigo, era una mujer, joven, me acuerdo perfectamente como era, con todos los detalles, sus mejillas altas, ojos azules de un azul profundo. Las cejas doradas enmarcaban su cara amorosa. Cuando la vi por vez primera caminábamos juntos en una superficie muy compleja, con patrones, que posteriormente reconocí como las alas de una mariposa. De hecho, habían miles de mariposas a nuestro alrededor, vastas olas que caían en el bosque y volvían a rodearnos. Era como un río de color y vida, flotando en el aire. El traje de la mujer era simple, como de una campesina, pero con colores, azul, índigo, un color durazno pastel, pero tenía la misma sensación sobrecogedora, viva, super viva, como todo lo demás. Me dio una mirada por unos cinco segundos, pero si la hubieses mirado por cinco segundo, hubiese sido como que pudiera llevar tu vida al punto de que valiera la pena vivirla, sin importar lo que hubiera pasado hasta ese momento. No era una mirada romántica. Ni siquiera amistosa. Era una mirada mucho más allá de todo eso, más allá de todas las divisiones que hemos hecho del amor acá en la tierra. Era algo superior, que sostenía todos los tipos de amor, a la vez que era mucho más que cualquiera de ellos.

Sin ni siquiera emitir palabra, habló conmigo. El mensaje me traspasó como el viento, haciéndome entender instantáneamente que era verdad. Lo supe del mismo modo que supe que el mundo que nos rodeaba era real, que no era ningún tipo de fantasía, pasajera e insustancial.

El mensaje tenía tres partes y si lo hubiese traducido en una lengua que se hablara en la tierra, me hubiese dicho algo así como: “Eres amado, valorado, querido, por siempre” “No tienes nada que temer” “No puedes hacer nada mal “

El mensaje flotó, con una loca sensación de descanso, era como si me hubieran entregado las reglas del juego que había estado jugando toda mi vida sin haber sido capaz de entenderlo a cabalidad.

La mujer me dijo que me iban a mostrar muchas cosas allá, sin que fueran las palabras exactas que usó, pero fue el sentido que flotó, con la esencia conceptual que me llegó directamente. Pero, también agregó que eventualmente regresaría.

A esto sólo tenía una pregunta. ¿Volvería, a dónde?

Uno de esas ventoleras, como el tipo que soplan en los días perfectos de veranos, que pasan jugueteando con las hojas, y deslizándose como agua celestial. Una brisa divina. Todo cambió, transformando mi mundo a una octava e incluso mucho más alta, a una vibración superior.

A pesar que no tenía mucho funcionamiento lingüístico, al menos como lo visualizamos acá en el planeta Tierra, comencé a preguntar, sin emitir palabra, y poner mis preguntas al viento, y ese ser divino que sentía a mi lado y con quien debía trabajar.

¿Dónde queda este lugar?

¿Quién soy yo?

¿Por qué estoy acá?

Cada vez que preguntaba, en silencio sin emitir sonido, las respuestas emanaban en explosiones instantáneas de luz, color, amor y belleza que soplaron como una onda de choque. Lo más importante de ello es que no eran un simple silenciador de mis preguntas, sobrecogiéndome, no, ellos la contestaban pero en modo tal que supera el lenguaje. Los pensamientos entraban directamente.¨ Pero no eran pensamientos como los que experimentamos en la tierra. No era algo vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos, más candentes que el fuego y más húmedos que el agua. Del modo que los percibía, era capaz de comprender instantáneamente, y sin hacer ningún esfuerzo entender concepto que me hubiese tomado años haberlos internalizados en la tierra.

Continúe avanzando, e ingresé en un ambiente inmenso, oscuro, completamente oscuro, de tamaño infinito, aún así era inmensamente reconfortante. Tan oscuro como era, negro oscuro, era brillante, como con una luz que parecía provenir de la orbe brillante que sentía muy próximo a mi. Era como un intérprete entre mi ser y esta vasta presencia que me rodeaba. Fue como que estuviera naciendo en un mundo más grande, y que el universo mismo era como una matrix gigantesca cósmica, y esta orbe ( que sentía como que estuviera conectada, e incluso idéntica a la mujer del ala de mariposa) me guiaba.

Posteriormente encontré una cita del poeta cristiano Henry Vaughan, del siglo 17, que llegó a describir muy cercanamente este mágico lugar, este vasto mundo, de centro negro, tan negro como la tinta, y que decía ser el hogar de la Divinidad misma.

Algunos dicen que Dios posee una brillante oscuridad.

Eso, exactamente así como lo que sentí en esa profunda oscuridad color tinta, llena de brillo de luz.

Sé, y lo sé de todo corazón, lo extraordinario, lo francamente increíble que suena todo. Si alguien, cualquiera, incluso un médico, me hubiese contado algo así en mis días anteriores, hubiese estado seguro de pensar que estaba bajo el efecto de algún tipo de hechizo. Pero, lo que me sucedió fue claramente, algo mucho más allá de algo imaginado, fue real, tan real e incluso más real que cualquier cosa que haya vivenciado en mi vida, eso incluye el día que me casé y el , que nacieron mis dos hijos.

Lo que me sucedió requiere de una explicación.

La física moderna nos dice que el universo es una unidad, que es indivisible. Aun cuando , aparentemente vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que bajo esa superficie, todos los objetos y los eventos del universo están completamente conectados con otros objetos y otros eventos. No existe la verdadera separación.
Previo a mi experiencia estas ideas eran conceptos abstractos. Hoy, son realidades.

No solamente el universo está definido por la unidad, ahora lo sé, sino que también por el amor. El universo como yo lo experimenté en mi coma es, he llegado a esta conclusión en estado gozoso y de shock, el mismo al que se refirieron Einstein y Jesús, de diferentes modo, pero hablando de lo mismo.

He pasado décadas como neurocirujano en una de las instituciones más prestigiosas de mi país , sé que muchos de mis colegas sostienen la teoría (como lo hice yo) de que el cerebro, en especial la corteza, genera el estado de conciencia y que vivimos en un universo desprovistos de cualquier tipo de emoción, mucho menos de amor incondicional , menos aún creemos en el amor incondicional que Dios y el universo sienten por nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora se cayó a pedazos a mis pies. Lo que me sucedió, lo destruyo completamente, y pretendo pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y estableciendo el hecho que somos mucho más que cerebros, cerebros físicos y eso quiero aclarárselos muy bien a mis colegas científicos y al público en general.

Fuente: Dr. Eben Alexandre. Heaven Is Real:  A Doctor’s Experience With the Afterlife. Newsweek Magazine, revisado en la web el 9 de octubre 2012 y traducido por Patricia Hernández Arratia.

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